La gente de la foto, en Borotalpada, India (como millones de personas en los ámbitos rurales que siembran, cosechan, recolectan, mantienen animales de traspatio para producir lácteos o contar con carne fresca en el mundo, que pescan, pastorean o van de cacería), sigue haciendo lo que por generaciones y generaciones se dijo que era crucial hacer para mantener los ritmos de la vida pulsando y las posibilidades de futuro abiertas.
Y nadie parece darse cuenta. Es difícil allegarnos cifras acerca de las actividades productivas del campesinado o de su mera existencia. Las mismas definiciones nos sesgan lo que buscamos: agricultores, productores en pequeña escala, “granjeros”, “ganaderos”, “farmers”, “aparceros”. En los censos los indígenas y los campesinos están subestimados o quedan escondidos en las categorizaciones académicas o políticas que no los representan. No obstante, son por lo menos 1500 millones de personas (en el más modesto y conservador de los escenarios), quienes producen sus propios alimentos y guardan e intercambian sus semillas nativas desde tiempos inmemoriales.
Se afirma también que entre 70 y un 85 por ciento de los alimentos producidos se consumen en la misma región ecológica, por fuera del llamado “sistema alimentario mundial”, lo que significa que el mundo se alimenta de este campesinado independiente. La cuenta de todos aquellos que producen sus propios alimentos de forma independiente puede sumar los 3 mil millones si se incluye a campesinos cultivadores (muchos de ellos indígenas), a pastores (sedentarios y nómadas), productores pecuarios campesinos, cazadores, pescadores artesanales, recolectores y cosechadores de agua. El recuento es difícil, porque varias de esas actividades son laboradas conjuntamente por el mismo núcleo de personas, familias o comunidades, en diversas temporadas y sin que sean muy visibles estas actividades cotidianas ancestrales.
¿Se podría incluir a unos 800 millones de personas que se dice cultivan sus propios alimentos en las ciudades (en azoteas, patios traseros, huertos comunes y terrenos comunitarios urbanos)? de nuevo, es difusa la cuenta porque muchos van y vienen entre el campo y la ciudad.
El caso es que este enorme grupo de personas y comunidades es, en gran medida, quien alimenta al mundo pese a la poca tierra con que cuenta (por eso exige a nivel mundial una urgente reforma agraria integral y ponerle un alto al acaparamiento corporativo de tierras). ¿Por qué entonces no parece ser la percepción general? ¿Por qué las políticas públicas internacionales y nacionales, las grandes iniciativas como la Revolución Verde y ahora AGRA, se empeñan en desacreditar a los campesinos, y criminalizar sus semillas nativas, sus saberes, con leyes nocivas que atentan contra 10 mil años de agricultura campesina?
La razón principal es que al sistema alimentario mundial le es indispensable “terminar con la producción independiente de alimentos, terminar con las semillas independientes, con las semillas no controladas por las grandes corporaciones”, con la posibilidad de autonomía de las comunidades campesinas. Pero no sólo son las semillas. La leche, por ejemplo, es un alimento crucial para fortalecer cualquier soberanía alimentaria que no descuide la integralidad de la alimentación, sobre todo porque, después de todo, como mamíferos que somos, la leche fue nuestra primera alimentación temprana y el amamantamiento es, todavía, una fuente crucial de alimentos para un segmento creciente siempre de la humanidad. Un documento de GRAIN e historias de leche que surgen de todos lados nos dan un panorama distinto del que quieren imponernos las grandes corporaciones lecheras.
Terminar con la producción independiente implica la puesta en operación de leyes y políticas nocivas y una capacidad de control que no es tan fácil de implementar cuando son muchos millones de personas empeñadas en no pedirle permiso a nadie para ser quienes son y producir alimentos de modo independiente resistiendo en las márgenes del sistema. Dice Camila Montecinos de grain: “Si la comida que producen los pueblos campesinos e indígenas fuese marginal, no se necesitarían estas leyes, dejarían que las comunidades campesinas e indígenas murieran por sí solas. La intensidad del ataque tiene que ver con la importancia de lo que todavía mantienen en sus manos las comunidades indígenas y campesinas”.
Mientras la gente sigue ejerciendo su vida como siempre, para mantener un ámbito de permanencia y una certeza de que puede transformar su realidad, las crisis financiera, energética, ambiental, climática, tecnológica, jurídica y alimentaria se potencian unas con otras. Las grandes corporaciones se posicionan en todos los segmentos de la cadena alimentaria e instauran un llamado “sistema alimentario global”: acaparan tierra y semillas, fabrican insumos, imponen semillas transgénicas, cosechan, cultivan, almacenan, procesan, transportan y transforman y refrigeran comercializando finalmente al menudeo alimentos empacados o listos para servirse. A nivel oficial, nos insisten ufanos en que por primera vez la mitad del mundo vive ya en las urbes y pronto, con la ayuda de organismos internacionales, habrá un 75 por ciento urbano.
En un momento así, y cuando los falsos remedios intentan perpetuar que las grandes corporaciones sigan haciendo negocios pase lo que pase, tenemos que insistir en que este sistema agroalimentario industrial global es el responsable de entre 45 y 57% de las emisiones de gases con efecto de invernadero. En este número de Biodiversidad, sustento y culturas, detallamos los estudios que demuestran que el sistema agroalimentario industrial global va por todo sin importar que arrase con la vida del planeta.
Pero todo este saber que se acumula, coincide con un momento mundial en que la gente, indignada, toma las calles para que ya nadie nos vuelva a engañar y las resistencias crecen por todas partes.
En ese panorama, el Juicio Ético a las Transnacionales en Argentina, y el recurrir a tribunales de conciencia autogestionarios como el Tribunal Permanente de los Pueblos abren un derrotero que cobra presencia: es urgente reconstituir los sujetos políticos, es decir propiciar el renacimiento de una nueva conciencia social que recupere la responsabilidad en el centro de sus acciones, que repiense el derecho y busque que el Estado no sea quien imponga las leyes sino quien, respondiendo al mandato del pueblo que se reconfigura y se redefine, haga valer la voluntad de una población anhelante que cada vez tiene mayor claridad de lo que quiere como futuro y como presente inmediato.