Fuente: Miradas al Sur. Fecha: 07-03-2012
Este verano, con la visualización nacional de los movimientos de poblaciones cordilleranas en resistencia contra la megaminería, se puso en evidencia que en este tipo de organizaciones las mujeres son muy importantes. Riojanas, catamarqueñas, mendocinas, chubutenses, etc. aparecen una y otra vez en entrevistas, documentales de todo tipo narrando estas resistencias como parte de sus vidas cotidianas. Una pregunta recurrente a quienes estudiamos y seguimos este tipo de movimientos es por qué, por qué las mujeres. Y el interrogante es pertinente si recordamos que en los viejos movimientos obreros y campesinos del siglo XX, las mujeres estaban allí a la par del hombre pero sólo ahora, con la mirada escudriñadora de historiadores, aparecen en pocas acciones colectivas que en sus tiempos pasaban desapercibidas. Por el contrario, en los movimientos socioterritoriales de toda la América Latina la presencia en las luchas, en las resistencias en esos momentos de confrontación manifiesta cuando se “pone el cuerpo” o en los momentos de mayor latencia cuando en silencio en el territorio se construye la vida, las mujeres están allí, en primer plano. Campesinas, indígenas, asambleístas contra la megaminería, las papeleras, el aceite de palma; las luchadoras contra las grandes centrales hidroeléctricas en Brasil habitan estas resistencias que recorren Nuestra América.
En los llamados nuevos movimientos sociales (NMS) y dentro de ellos en los socioterritoriales (donde la disputa por el territorio está en el centro de la escena) la acción se orienta, generalmente, a transformaciones profundas pero desde una lógica muy distinta de la que prevalece en las instituciones ligadas al Estado (partidos políticos, sindicatos, gremios, etc.). En efecto, en los NMS predominan la horizontalidad, los pensamientos-sentimientos, componentes de desobediencia civil, acción directa no violenta, porosidad entre lo público y lo privado y fuerte conciencia de la preformatividad de la acción (“mi práctica de hoy debe coincidir con lo que deseo como cambio para mañana”). No es de extrañar, entonces, que en ellos la presencia de las mujeres sea un fuerte rasgo distintivo.
A nuestro juicio, en estos espacios y territorios es por donde circulan discursos que poco a poco configuran un nuevo paradigma político de transformación o lo que llamamos un pensamiento emancipador del nuevo siglo. En él se imbrican el respeto por la naturaleza y los bienes naturales, por la diversidad cultural y biológica, una ecología de saberes y, sobre todo, un cuestionamiento radical a todo tipo de inferiorización social, étnica y de género. Aunque se luche por bienes naturales, se tiene conciencia de que la inferiorización del otro –dejarlo sin voz, por ejemplo– forma parte de la cosmovisión del mundo que se combate.
Un interesante pensador europeo que pasó muchos años en Puerto Rico y México, Iván Illich, sostenía la posibilidad de la “convivencialidad” dentro de los grupos humanos, un sentido saludable del límite en las relaciones de los hombres/mujeres, con la naturaleza, con los otros seres humanos y no humanos.
En tal sentido, las mujeres latinoamericanas son las que han sostenido y transferido, en silencio o ahora desde sus voces públicas, un fuerte sentido comunitario, solidario y “convivencial” de la reproducción material, espiritual y simbólica de la vida. Como diría el mexicano Gustavo Esteva, han sido “illichianas” sin haber leído en la mayoría de los casos a Iván Illich. Muchos hombres también luchan por estos mismos valores, no lo negamos; simplemente sostenemos aquí que las latinoamericanas en resistencia lo hacen desde sus dominios domésticos explícita o encubiertamente y luego, cuando recuperan sus voces públicas, lo sostienen con irrenunciable convicción.
Vaya nuestro homenaje este 8 de marzo a todas aquellas mujeres que diariamente resisten en sus territorios la avanzada de las corporaciones económicas disputando tierra, montañas, agua, biodiversidad; mujeres que reconocen en el territorio la vida y lo defienden para todos.
Norma Giarracca. Socióloga. Instituto Gino Germani-UBA