El gurú de la gastronomía y la alimentación, Carlo Petrini, puso en la picota pública al monopolio de los alimentos. El sistema actual es un sistema criminal porque destruye el medio ambiente, se aprovecha de los insumos locales de las comunidades en pobreza, produce un desperdicio que nunca antes en la historia de la humanidad se había visto, no respeta tradiciones, destruye poblaciones y roba el futuro.
Carlo Petrini es el presidente y fundador de Slow Food, movimiento que busca contrarrestar el vertiginoso mercado de la comida rápida, impedir la desaparición de las tradiciones gastronómicas locales, combatir la falta de interés general por la nutrición y las consecuencias de las elecciones alimenticias.
Petrini es una autoridad mundial en temas de alimentación y desarrollo de la agricultura tradicional. Este italiano de 63 años profesa el comer como un derecho, se opone a la globalización del gusto y apoya a los pequeños productores agrícolas.
En una serie de charlas por América Latina, Petrini ofreció una conferencia en Bogotá sobre cómo la industria alimentaria mundial es una “industria criminal”.
Petrini creó Slow Food en 1989 en París y fue un proyecto que inició con un interés en la cultura alimentaria y la gastronomía, concepto último que según él, está mal utilizado y mal definido.
“Gastronomía no es solo el arte de producir a través del conocimiento de la comida ni de una estética que pueda transmitir placer. No son solo recetas, recetas y más recetas”, afirma uno de los considerados gurú de la gastronomía y la alimentación.
Para Carlo Petrini, la definición anterior no es más que un 10 ó 15 por ciento de lo que es la gastronomía, “quien piense que es solo eso a lo que se está refieriendo es a una pornografía alimentaria”, asegura.
El hombre, a quien hace pocas semanas le ofrecieron el Ministerio de Agricultura en Italia, presentó una definición más completa y exacta. “Gastronomía es una ciencia compleja y multidisciplinaria que la academia se negó a aceptar durante años. Es holística y cuando hablamos de ella, hablamos de todo lo humano cuando se trata de comer. Es física, química, biología, genética, agricultura, historia, antropología, sociología, identidad cultural y aunque no lo crean economía política”.
El monopolio
Carlo Petrini asegura que quien domina el vientre tiene el poder, las guerras siempre han sido por conquistar tierras y apropiarse de lo que éstas producen. Fue en este punto cuando este experto empezó a revelar cifras y datos sorprendentes.
“El 80 por ciento de las semillas en el mundo pertenecen solo a cinco multinacionales”, señaló el experto, y además aseveró que es tanto el control que las industrias alimentarias tienen sobre la producción agrícola que retó a los colombianos a hacer un experimento.
Según Petrini, cuando se compran semillas y se siembran en casa, las plantas crecen hermosas y dan frutos que aparentemente se ven perfectos, sin embargo, si alguien intenta sembrar las semillas de esos frutos, ya no crecerá nada, ¿por qué? La respuesta para el italiano es simple: porque a la industria no le conviene que las comunidades tengan control sobre la producción.
Petrini va más lejos y dice con cierta resignación que cuando la industria tenga el control total sobre la producción ya no existirá el campesino, ni el agricultor. Es por eso que insiste en que la vida no puede ser propiedad de unos pocos, de ahí el énfasis que Slow Food hace para que se fortalezcan las producciones locales y así cada comunidad pueda tener “soberanía alimentaria”.
Una mafia peligrosa
“El sistema actual es un sistema criminal porque destruye el medio ambiente, se aprovecha de los insumos locales de las comunidades en pobreza, produce un desperdicio que nunca antes en la historia de la humanidad se había visto, no respeta tradiciones, destruye poblaciones y roba el futuro”, afirma.
Para Petrini la industria también es peligrosa porque está haciendo cada vez más infértiles los suelos y en los últimos 20 años se han usado más químicos que los que se usaron en los 120 años anteriores, es por eso que la tierra está “adicta”.
Como si esto no fuera poco, el presidente de Slow Food reveló que el 76 por ciento del agua en el mundo se usa para la agricultura de manera irracional. El sistema alimentario es injusto para quienes producen, para los campesinos.
“En 1950, Italia tenía un 50 por ciento de población campesina, hoy es solo el 3 por ciento y la mitad de esta última cifra son personas que ya tienen más de 60 años”.
“Es una mentira que los alimentos ya no contienen suficientes nutrientes y lo que hace el mercado en el caso de la leche, por ejemplo, es cobrarle más al consumidor por un litro con más vitaminas, más por una leche sin lactosa, mientras que los productores siguen recibiendo el mismo dinero inicial. En un futuro no vamos a comer computadores, la gente tiene que despertar, en últimas, tal como estamos, si usted quiere más nutrientes pues cómase la caja tetrapack porque la leche es solo agua”.
Desde 1900 hasta hoy, la humanidad ha perdido el 75 por ciento de su diversidad y la industria de alimentos solo privilegia las especies más fuertes. Petrini recuerda que cuando hubo una plaga que acabó con la especie de papa que se daba en Irlanda, se logró rescatar este alimento porque se utilizaron otras especies, pero si se descuida la diversidad y solo se fortalece la más fuerte, ya no habrá salvación.
El desperdicio es otro punto neurálgico. Actualmente se producen alimentos para 12.000 millones de personas cuando la población es de 7.000 millones. Hay un excedente de 5.000 millones pero 1.000 millones de personas no comen y entre el 45 y 50 por ciento de la producción de alimentos se va a la basura.
Falsas creencias
A Petrini le aterra que otro criterio para elegir la comida sea la estética, “si una zanahoria no se ve simétrica, entonces no se compra, esa es una lógica nazi fascista. Con la comida pasa como con las personas, solo pasan los bonitos”.
Es importante destacar que ahora la población gasta más en adelgazar que en comer. Para Carlo Petrini la ecuación es simple, “mientras más se ahorre en comida, consumiendo hidropónicos y transgénicos, más se gastará en servicios sanitarios y de salud”.
Finalmente, existen cuatro agentes de cambio con los que Slow Food considera importante trabajar: los indígenas, los campesinos, las mujeres y los jóvenes. “La gente que supuestamente está atrás en la escala social, será la que nos rescatará de la catástrofe cuando esta bomba explote”, concluye.